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Andrés Caicedo y el cine

  • Foto del escritor: juan pablo franky carvajal
    juan pablo franky carvajal
  • 9 sept 2022
  • 2 Min. de lectura

Genio precoz y obsesionado, Andrés Caicedo Estela comenzó a dar lora desde los 13 años, momento en el cual ya había redactado poemas de amor y cuentos breves. La posibilidad de publicar sus textos en diarios y revistas, además de recibir un buen número de premios por su obra, le sirvieron de espaldarazo para confiar en su talento y fomentar su ímpetu creativo. Al igual que su ídolo, Mario Vargas Llosa, desde joven entendió que la literatura no era un asunto de musas e inspiraciones, sino un oficio en el que los logros son el resultado de la dedicación y el esfuerzo. Por eso, desde muy temprano se impuso escribir más de 5 horas diarias, con la ilusión de ver su nombre junto al de grandes autores como Malcom Lowery o Edgar Allan Poe, solo que Caicedo deseaba lograrlo antes de cumplir 20 años.

La vida da muchas vueltas y por más que haya sido la literatura lo que acomodó a Caicedo en la historia, sus intereses terminaron por volcarse primero al teatro y luego al cine. Estudio teatro en el hoy legendario Teatro Experimental de Cali y creó el Cine club de Cali y la revista Ojo al cine. Para Caicedo sus múltiples intereses serían una de la razón por la cual no desarrollaría ninguno cabalmente. Claramente una opinión de una auto exigencia desbordada, la cual se manifestaría en un torrente de textos que conforman la totalidad de su obra, que van desde novelas, cuentos, cartas, guiones para cine, obras de teatro y críticas de cine.


Su pasión por el cine lo llevó a probarse detrás de las cámaras en 1971, cuando filmó junto a Carlos Mayolo su guion Angelita y Miguel Angel. Lamentablemente este fue un intento de codirección fallido, que Caicedo atribuye al mal genio de Mayolo. En 1974, viajó a Los Ángeles, a buscar suerte en Hollywood, como lo hicieron muchos otros escritores. Su plan era de vender dos guiones de horror escritos por él y traducidos por su hermana Rosario, al padre del cine de clase B, Roger Corman. Otra experiencia fallida, ya que Corman nunca llegaría a recibir los textos de Caicedo.


En todo caso, aunque no le fue muy bien en los Estados Unidos, fue en ese viaje en donde comenzó a escribir ¡Que viva la música! la obra que le daría mayor reconocimiento. Y también fue en Estados Unidos donde consumió cine con mayor entrega. Cuenta Caicedo que vivía frente a un teatro que proyectaba programas especiales de 8 o 16 películas, y que él gustaba de levantarse a las ocho de la mañana, cruzaba la calle desayunado, y entraba al teatro a su cita con la oscuridad, para salir a eso de las once o doce de la noche o incluso en la madrugada del día siguiente.




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