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En la intimidad de la duda

  • Foto del escritor: juan pablo franky carvajal
    juan pablo franky carvajal
  • 3 ene 2024
  • 5 Min. de lectura


Partes de una casa de David Correa Franco


Me llamas

Para decirme que te marchas Que ya no aguantas más Que ya estás harta


De verle cada día De compartir su cama De domingos de fútbol Metida en casa


Y te has pintado la sonrisa de carmín Y te has colgado el bolso que te regaló Y aquel vestido que nunca estrenaste Lo estrenas hoy Y sales a la calle Buscando amor


Me Llamas, José Luis Perales


En un mundo en el que la imagen audiovisual cada vez se vuelca más a exponer de manera impúdica el ombligo de aquel que filma, donde reina la autoexposición en las redes y mirarnos a nosotros mismos se ha vuelto la norma, Partes de una casa (2023), la opera prima de David Correa Franco, llega para recordarnos la necesidad y el poder de la atención, de la escucha y el cariño hacia el otro. Un documental que se adentra en la vida de una familia en la que Dora, una esposa y madre abnegada, más no por eso menos soñadora y alegre, se enfrenta al dilema de tomar la decisión de dejar atrás una relación fracturada. Abandonar su hogar, confiar en el futuro y caminar. Movilizar un deseo que se ha ido encubando y se hace inevitable avivar.


Dora es el centro y corazón de una película que convierte a su cámara/camarógrafo, y por extensión a nosotros, en un confidente perfecto, aquel que acompaña y atiende las dichas y las cuitas de otra persona sin juzgarla, respetando sus altibajos, viendo al otro como un fin y no como un medio. Observar y escuchar. Directrices que se vuelven imperativos al merodear los rincones de una casa y detenerse con paciencia a atender todo lo que Dora tiene para contar. Sueños, recuerdos, anhelos, confidencias. Una mujer que funge como madre/esposa en una casa desahuciada y en decadencia desde hace años, seguramente los mismos años en los que el amor entre ella y su marido, Meinardo, se desvaneció.





El fragmento de la vida de Dora que presenta el documental es crucial en su existencia. Su marido ha tenido un accidente de trabajo que lo ha dejado en estado crítico, ella será quien vele por él haciendo los tediosos tramites hospitalarios, esperando con firme altruismo que su pareja logre salir adelante después de estar al borde de la muerte. La acompañamos en un periplo de paciente entrega hacia su esposo, aunque ella sabe que no quiere estar más con él, que no debe estar más allí. Dora no vive un calvario, en medio de la rutina tantea la mejor forma para despedirse de aquello que no pudo ser. A pesar de la indiferencia cuida a su pareja con cariño tamizado, porque todavía recuerda con amor cuando se conocieron, porque con este hombre tuvo dos hijas y soñó una vida eterna. En su corazón no cabe el resentimiento, habita la resignación y la espera. El proceso de recuperación de su esposo es un momento bisagra en la vida de Dora, en el que ella se toma su tiempo para mirar su vida a través de un espejo retrovisor, pero sin dejar de mirar el camino hacia adelante. Mientras tanto, sentados en el asiento de atrás, esperamos pacientemente a que encienda, de una ve por todas, el motor de su vida para ponerla a andar.


Hay una autoconciencia que se materializa en la película. Saber que el cine, al igual que un edificio o una casa, demanda tiempo para construirse, exige un proceso en el que primero se ponen los cimientos y lentamente se va armando sobre estos una estructura que permitan conformar un lugar en el que podemos habitar y compartir. Por eso la película demanda atención, la misma que le regala a Dora. Si hay un cine contemporáneo que apuesta por la velocidad, los cortes múltiples y constantes para generar una dinámica en la que la velocidad ofrece entretenimiento, Partes de una casa grita que la vida no está ahí, que los corazones no laten a ese ritmo. Para conectar con alguien y crear vínculos sinceros es necesario tiempo, tiempo que se tomó el director para que Dora confiara en él, en su presencia, en su amistad. Tiempo que se siente y se respira en cada monologo de Dora, porque solamente escuchamos la voz del director en un momento en el que le pregunta si le parece bien que una de sus confesiones se haga pública. Pregunta que no hace más que confirmar el respeto de aquel que filma, por la persona que es filmada.


Un objeto se vuelve recurrente frente a la cámara: las radiografías. Imágenes que muestran las fracturas, los defectos o las correcciones que se han realizado sobre los cuerpos humanos, aunque no siempre quedan de la mejor manera. Partes de una casa es un documental que toma la forma de la radiografía. Nos invita a ir más allá de lo que se ve a primera vista, a deslizarnos entre los sentimientos de Dora, superando la imagen que todos podríamos tener de ella al verla y escucharla por poco tiempo y sin mucha atención. Las apariencias engañan, dice el conocido refrán, y para ir más allá de la primera impresión, David Correa, con dedicación y paciencia acompaña a Dora y construye una película que no se conforma con lo que ve, requiere escavar con caricias en el alma humana.


Dora es el punto neurálgico de la película, pero por los bordes de esta laten otras vidas, otros sueños, otros anhelos que hacen ecos en su existencia. Su casa se encuentra justo al frente de las vías del tren, pero no de cualquier tren, sino del hoy lamentablemente famoso tren conocido como La bestia. El sistema de transporte que los migrantes indocumentados usan para llegar a la frontera de Estados Unidos. Montados en los techos de este vehículo de carga pasan frente al hogar de Dora miles de personas buscando una mejor vida, ansiando un futuro mejor. Una travesía que no nace solamente con la finalidad de encontrar oportunidades laborales, sino que carga consigo la esperanza de encontrar un nuevo espacio, la idea de tener un nuevo lugar para afianzarse y crecer. Las vidas en movimiento de los migrantes indocumentados, que toman riesgos incalculables, que buscan un nuevo destino; se contrapone a la vida en espera de Dora, en la que el estado de las cosas persiste y la vida se convierte en un mirar hacia afuera buscando fuerzas para tomar decisiones difíciles. En este sentido en el último plano de Partes de una casa, de una belleza emotiva incalculable, conviven estos dos mundos en eterna fricción. El riesgo del movimiento y la pasividad de la espera se funden en el umbral de la puerta de la casa, en donde dando su espalda al interior, la silueta de una mujer encantadora y autosuficiente observa y escucha el tren pasar, el rugido de la bestia es constante y ensordecedor, las dudas son jaloneadas por el impulso del viento, pero el cuerpo continúa congelado, aguarda, calcula, medita el momento justo para despegar.

 
 
 

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