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Sound of metal de Darius Marder

  • Foto del escritor: juan pablo franky carvajal
    juan pablo franky carvajal
  • 16 sept 2021
  • 6 Min. de lectura

Sound of metal

Dir. Darius Marder

Año: 2019



“La felicidad esta hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el recuerdo, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.”


El olvido que seremos

Hector Abad Faciolince



"Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación."

Pascal


Un constante runrún vaticinaba la nominación a los Oscars del actor ingles Riz Ahmed. La bulla tronó de forma estridente varios meses antes de la ceremonia. Y cuando el rio suena, piedras lleva. Su actuación en Sound of metal lo acomodó en la lista de los pretendientes de la preciada estatuilla. ¿Y la película? Terminó sumando más nominaciones, entre ellas la de mejor película. Un reconocimiento para nada desubicado si pensamos que a la Academia de Hollywood le encantan los dramas con protagonistas que deben luchar por un espacio en este agobiante mundo y afrontar desde demencia, hasta enfermedades terminales.


Sound of metal es una película Indie gringa, sencilla, sin muchas pretensiones, hecha a pulso, en donde el drama florece contenido, explotando en algunos momentos hasta agrietar una realidad que permite ver una luz al final del túnel. Una historia que convenció a varios y desencanto a algunos. Desencantó a algunos músicos que esperaban que los golpes a la batería que toca el protagonista no nos dieran respiros, que todo pasara de forma estridente, sin descanso; pero también incomodo a críticos que deseaban que la película fuera una cebolla llena de capas de sentido, que se molestaban porque para ellos Riz Ahmed es un sobreactuado o porque el uso del sonido no les colmaba sus expectativas. Los dos argumentos, al final, se retuercen en un deseo de que lo que sea la película logre colmar la idea que cada uno tiene de lo que debe ser el cine. Es justamente ahí donde entramos a jugar como espectadores. En el caso de los músicos hacía falta velocidad, en el caso de los críticos hacía falta complejidad. Aunque entiendo las dos posturas, en mi caso no pude exigirle ni una, ni otra a la película, de hecho, no pude exigirle nada, porque caí rendido en el momento en el que me identifiqué con el drama del personaje. Aquel que se gesta en el hecho de que el protagonista pierde la audición y se desenvuelve como un viaje del mundanal ruido al silencio sacro.


La película cuenta la historia de una pareja de músicos viajando en un tráiler a través de los Estados Unidos, aferrándose el uno al otro, viviendo de la música. La noche los ve deambular entre bodegas y bares en donde ella emite alaridos con su rostro pegado al micrófono y él golpea como energúmeno su batería. Claramente no se hacen ricos, pero pueden sobrevivir decentemente en una escena Do It Yourself que se alimenta del noise y el punk logrando encontrar la complicidad perfecta para que tribus urbanas perduren a través de los tiempos. Al parecer todo anda bien, la vida está más o menos organizada hasta que inesperadamente la incertidumbre llega a golpear la puerta. Ruben Stone, el protagonista, pierde la audición. Un día se levanta y se da cuenta que no escucha una mierda. Desesperado visita una droguería y lo remiten a un médico. Resultado, no hay nada que hacer viejo, estás a unos cuantos ruidos más de perder toda tu audición, no puedes seguir haciendo lo que haces, bájate de esa moto, cambia de vida y vuelve a empezar. Comienza el drama.


Ruben debe dejar a Lou, su compañera fiel compañera, e internarse en una comunidad de sordos para aprender el lenguaje de señas, descubrir que ser sordo no es una carencia, pero, en especial, trabajar su manera de ver, vivir y pensar el mundo. Se lo comenta Joe, quien lo recibe en su nuevo hogar: En esta comunidad no se trabaja la sordera, se trabaja la mente. Nuestro amigo se resiste al comienzo a aceptar su nuevo viaje, como todo héroe cuando empieza su travesía, pero termina aceptándolo empujado por Lou, quien no puede acompañarlo, pues la travesía le corresponde al héroe afrontarla con responsabilidad y en soledad, aunque encuentre aliados en el camino. No le queda otra que aceptar que los senderos se bifurcan. Así que emiten promesas al aire, con el sueño de aceptar este hiato y volver a estar juntos cuando todo haya vuelto a la anhelada “normalidad”.


En su nuevo entorno Ruben logra acomodarse lentamente, conectar con otros sordos, aprender a bajarle un toque a las revoluciones que generan la ansiedad por tener ahora mismo lo que se quiere. En este transito la película muestra su lado más humano, los momentos de mayor conexión entre el personaje y su entorno. La sonrisa amable y el calor humano que genera la simple acción de trabajar por los demás, y la sencillez de los momentos de comunión entre nuevos amigos de viaje. Sin embargo, para nuestro héroe no es suficiente. El deseo de estar donde no se está y tener lo que no se tiene. Mirar al pasado con esa nostalgia perniciosa que no le permite degustar el presente. La constante agitación, lo lleva a vender sus pertenencias para hacerse una operación. Unos implantes que le permitan oír de nuevo y rescatar a su princesa. Así que, deja su nuevo hogar para luchar por el mundo que perdió y visita a Lou, quien vive ahora en la casa de su padre. El tiempo pasa para todos, no solo para Ruben quien descubre que Lou no es la misma. Se ha cortado el pelo, se viste de otra manera y hasta habla francés. Los senderos no volverán a unirse. Lo que fue no se repetirá jamás y como bien nos lo enseño Won Kar-Wai, hasta el amor tiene fecha de caducidad como las latas de conserva.


Estando los dos recostados en una cama, hablando de un posible futuro juntos Lou comienza a rascarse el brazo, es un gesto inconsciente, un simple movimiento, pero Ruben lo ve y lo lee a la perfección. Entiende que este es el final del camino juntos, se abrazan y lloran reconociendo lo vivido y aceptando que la vida los está separando, por más que haya ganas y deseos por volver a vivir una vida por un camino de polvo que se lo ha llevado el viento.


La aventura de Ruben es un viaje de introspección, descubrimiento, aceptación y realización aún en la perdida. En este viaje hay dos movimientos que se entrelazan y conviven casi de forma simbiótica. La idea de que todos podemos alcanzar lo que queremos con voluntad y determinación y el movimiento de permitirle a la vida que fluya, que mute mientras nos conectamos con una intuición natural que todos poseemos cuando vivimos el mundo mediante el gesto de la acción sin acción, máxima premisa de la filosofía taoísta del Wu-wei.


El primero es un camino en línea recta. Ruben y Lou llevan 4 años juntos, ex adictos a la heroína han encontrado como escapar de ella mediante el arte, aferrándose el uno al otro, confiando en que podrán subir la colina juntos, en donde las palabras de aliento se deben repetir como un mantra para seguir adelante con los ojos puestos en un solo objetivo. El segundo es el hijo de la incertidumbre, de lo inesperado, en donde descubrimos que podemos llegar a la cima de la montaña, pero tal vez no es la montaña que queríamos escalar. En donde bajamos la cabeza y dejamos que las puertas se cierren para abrir otras. En donde aprendemos a escucharnos al escuchar el silencio.


El primer camino está lleno de arengas que escuchamos con orgullo, de voces que hunden e intentamos esquivar, de opiniones y susurros. Todas estas palabras tanto internas como externas acompañan y forman una carrera de obstáculos que cada uno acepta o no encarar. Hoy en día ahogados en la ley del esfuerzo, vivimos en una sociedad que nos demanda autoexigencia y se alimenta de la autoexplotación de cada uno esperando la excelencia en un mundo que falsamente se rige bajo las normas de la meritocracia (Un perfecto ejemplo de esto sería Whiplash (2014)) sin dar un espacio para meditar si la meta es la adecuada, asustándonos con el horror al fracaso.


Si no aceptamos que en algunos momentos es necesario fluir a otro ritmo o fluir por otro rio, dejar de golpear paredes y mirar con atención por la ventana, no podremos divisar con suficiente atención el firmamento que mediante movimientos perfectos es atravesado por una agraciada ave o las inusitadas creaciones arquitectónicas que el hombre es capaz de construir o la simple diversión que gesta el jolgorio de unos niños en el parque, todas estas pequeñas alegrías que no podemos desfrutar cuando el ruido del metal se hace extremadamente estridente.










 
 
 

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